Necesidad

Los tacones furiosos golpeaban al suelo. La rubia que los llevaba mordía los labios cuando no los movía en tenso silencio mientras se decía a si misma blasfemias. Giró su cuello níveo y comprobó que estaba frente a la puerta correcta. El muy imbécil se la había dejado abierta y con un bufido de rabia entró en el pequeño apartamento. Nada más entrar le llegó el olor a vomito. Joder, se dijo a si misma. Él estaba en el sofá, tumbado bocabajo con la ropa tirada en el suelo manchada de diversos fluidos. Ella subió la persiana para ver si la luz diurna despertaba al gilipollas. No fue suficiente. Ella empezó a gritarle al oído con cada vez más enfado hasta que no pudo aguantar más y le abofeteo. Solo así pudo conseguir que reaccionase débilmente con balbuceos incomprensibles aunque no abrió los ojos.