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Los ojos del hombre de arena 

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Le dice que yo no existo. La niña jura y perjura que sí, que ronda por su habitación una sombra pálida vestida de negro, que no emite ningún sonido, que aparece tan pronto como desaparece. El padre se lo repite, ya cansado. Todo está en tu cabeza. Y vete a la cama. La niña tiembla de terror mientras se acuesta pero el cansancio le hace bajar la guardia, cerrar los ojos y caer en mis brazos pálidos. En ese momento, aparece el padre que comprueba que todo está bien y dice al aire: que tenga dulces sueños.

Un último Baile

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Estamos en paz con este último baile. Quizás haya tardado mucho en llegar, casi cincuenta años, pero al final las cosas llegan cuando llegan. Míranos, nos ha arrollado tanto el tiempo que ni siquiera nos reconocimos. Solo cuando recordamos nuestros gestos y tarareamos esa canción de Bowie supimos quienes éramos. La pedimos y la bailamos como hace demasiados años ya. Que hermosos éramos y que vejestorios nos hemos vuelto. ¿Somos desgraciados porque nuestra historia haya tardado tanto en reanudarse? No, tenemos suerte que hayamos tenido esta despedida a nuestra manera. 

Visita inesperada

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Su padre es un tal José Luis. Un señor enjuto y que hablaba en susurros graves. Hacía mucho que no le veía tras todo el lío de Sara. Pero apareció de la nada hace dos noches, atreviéndose a entrar en mi casa apuntándome con una pistola.  -Solo dime dónde está o tampoco te van a poder enterrar tus padres.  Supliqué miserablemente hasta que se confió el muy imbécil y me pude abalanzar sobre él. Le desarmé y con su propia pistola le golpeé en la nuca. Al final todos contentos; consiguió llegar a donde estaba enterrada su hija.

El juicio

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Su padre es un tal José Luis. Un señor ya medio calvo, nariz curvada y una mirada tan penetrante como la de una serpiente cascabel. Tiene gustos refinados y no puede evitar  reaccionar ostensiblemente ante cualquier vulgaridad con un gesto que vi por primera vez cuando su hija nos presentó. El otro día, aprovechó un momento de soledad entre ambos para hacerme una pregunta decisiva. -¿Eres del Madrid? Asentí, un poco temeroso, lo admito. Sin embargo, por fin me sonrió mientras me empezó a contar la primera vez que se sentó en el Bernabéu y vio jugar a Emilio Butragueño.

Medianoche

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Darse una vuelta con él bajo la luna de medianoche es de las cosas que más extraña Ana. Desde que se fue, ella ya solo pasea por la casa y finge que vive. Come y mira la tele hasta que acaba en un bar donde bebe más whisky que sangre tiene en sus venas. Cuando Ana se despierta, la cabeza le duele mientras examina sus ojos hinchados en el espejo y se jura que alguna vez fue guapa. De repente, alguien la besa a pesar de su mal aliento. Deberían darse una vuelta por la medianoche, piensa, intentándose engañar. 

Yo solo quería

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He hecho trampa con las pastillas. ¿Crees que saldrá algo mal? Es que he vuelto a tener los nervios demasiado alterados. Todo el mundo quiere que lo deje. Pero si no, no vuelvo a verte. Sí, lo necesito. No, estoy bien. No voy a ir al hospital. Estás paranoico, cielo. ¿Por qué hoy estás tan enfadado? No, no te atrevas. ¡No estoy loca! ¡No estoy gritando!  No, no te vayas. No, cariño, no te vuelvas a ir. Otra vez no. ¡QUÉ SEPAS QUE TODO ES CULPA TUYA! ¡Tú fuiste quien tuvo el accidente! Cuanto silencio. Solo quería volver a verte.

La abuela te mira fijamente

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Jugando tras los cristales de la ventana estaba el niño inocente sin saber nada del ritual. La abuela lo miraba con ansia mientras afilaba el cuchillo, sabiendo que casi era la hora del eclipse. Sería cuando Baal se reencarnase en su carne. Él tenía que ser el niño de la luna; lo había visto en las visiones que le atormentaban tras la operación. El emperador de las tinieblas se alzaría de nuevo y como recompensa ella dejaría de tener las manos arrugadas y temblorosas, su piel se iluminaría con un halo de belleza e incluso recuperaría la memoria.