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Mostrando entradas de 2016

La Bruja

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Era una edad donde pervivían príncipes y emperadores que querían regresar a la gloria romana bajo la protección de una Iglesia deseosa de limpiar las tierras de Alemania de paganos que seguían fieles a las creencias de sus antepasados. Los curas portaban la cruz y predicaban la religión del Papa con fervor e intransigencia hacia los restos del viejo mundo. Pero había uno que cayó en la desesperación. Era joven y lleno de ideales que en ese momento ardían en el fuego de la guerra y la devastación de la peste y ya solo eran cadáveres con miembros amputados, llenos de pústulas negras. El sacerdote notaba como sus palabras estaban vacías de toda fe, incapaces de sonar convincentes cuando prometía un nuevo reino de los cielos a los harapientos, a los hambrientos, a los moribundos, a las viudas o a los huérfanos. El joven sacerdote se arrodillaba frente al altar, rezando para que Dios le devolviera su fe. Pero Cristo seguía clavado en su cruz sin dar muestras de oírle, siendo solo mad

Exit Light, Enter Night

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El sheriff caminaba por la rivera del río con un cigarro en la boca y el ceño fruncido. Estaba siendo una mala noche. Miró su reloj que le mostró que señalaba las dos de la mañana. Cuando levantó la vista vio como se acercaba uno de sus hombres tras vomitar en un árbol. El sheriff no preguntó si el cuerpo era de ella, la respuesta era demasiado obvia, sino que dejó que el sargento de rostro pálido y desencajado hablase. -¡Será malnacido!¿Cómo... cómo se puede hacer eso? Ha sido terrible, Sheriff. Terrible. Los ojos... Los ojos... Y la falda estaba, maldita sea. -Cálmese sargento. Serénese y cuéntemelo todo de forma clara. El sargento de policía tomó aire, tragó saliva y con la voz aún acelerada relató:

Bosque tenebroso

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La calle no está lo suficientemente iluminada y ya es la hora del cierre de los bares que cobijan a los noctámbulos sin remedio. Hace frío y me he dejado el abrigo Dios sabe donde. No vendría mal para calentarse un cigarrito o el abrazo de una mujer. Pero los primeros ya se han agotado y ya no me queda suficiente dinero para alquilar a una de las segundas. He bebido bastante pero no lo suficiente para evitar la clásica ansiedad depresiva de las tres de la mañana. Juro que mientras sale el sol parezco feliz, la mayor parte del día al menos. Tanteo el bolsillo buscando las llaves pero no las encuentro sino solo treinta monedas de plata. La memoria viaja y recuerda besos y caricias. Pero también engaños que me llenan de tanta tristeza que mis ojos que no osan llorar. Abandona toda esperanza, me digo mientras resoplo de frío y llego al sitio donde la piedad yace muerta. Miro a esa misma esquina al tiempo que la congoja abraza con crueldad a mi corazón, recordando su cara allega

Ira germana

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-¿Arminio ha dado la orden? -No, todavía no. Pero debe de faltar poco. Oigo a las legiones marchar. -Eso espero, estoy harto de esta lluvia. -Eres germano. Has nacido en la lluvia, has jodido en la lluvia y mataras o morirás en la lluvia. Me veo obligado a desviar la mirada para disimular la vergüenza y dejo de hablar. No puedo sentir miedo ni mostrar debilidad hoy. Todo el mundo había dicho que iba a ser una batalla de la que se hablaría durante siglos. Lo dijo Arminio, el caudillo que ha reunido a miles de germanos ávidos de sangre en el bosque de Teutoburgo. Tras esta batalla, nuestras tierras dejaran de estar mancilladas por los invasores extranjeros. Invasores que no son un pueblo del caballo sino del águila. Se cuentan historias difíciles de creer sobre ellos. Se relatan antiguas victorias sobre ejércitos de elefantes o como cientos de miles de galos cargaron sin éxito contra ellos hasta que su orgulloso líder se vio obligado a rendirse para luego ser exhib

Un día maravilloso

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Es maravilloso poder fumar un cigarrito en libertad. Noto el humo en mis pulmones, lo saboreo y finalmente lo exhalo. La vista es distinta a las paredes de hormigón en las que he estado encerrado durante siete años. Ahora lo que tengo enfrente es un bonito vecindario de casas bajas con piscina y jardines arreglados. En uno de ellos hay una madre joven y hermosa que riega sus preciadas flores de colores mientras con el rabillo del ojo vigila a su hija que juega en unos columpios cercanos. Es tan bonita como su madre, sonriente como solo en la infancia más inocente se puede en la infancia más inocente. Apenas tiene tres años y lleva puesto un vestido rosa que le han regalado hace una semana en su cumpleaños. Es un placer indescriptible, y que muchas veces ignoramos, el disfrutar de un precioso día sin que nada, sean nubes o muros, espante al Sol. En ese momento suena mi móvil. Algo contrariado, apago la colilla en el cenicero del coche antes de cogerlo pero inmediatamente relaj

Necesidad

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Los tacones furiosos golpeaban al suelo. La rubia que los llevaba mordía los labios cuando no los movía en tenso silencio mientras se decía a si misma blasfemias. Giró su cuello níveo y comprobó que estaba frente a la puerta correcta. El muy imbécil se la había dejado abierta y con un bufido de rabia entró en el pequeño apartamento. Nada más entrar le llegó el olor a vomito. Joder, se dijo a si misma. Él estaba en el sofá, tumbado bocabajo con la ropa tirada en el suelo manchada de diversos fluidos. Ella subió la persiana para ver si la luz diurna despertaba al gilipollas. No fue suficiente. Ella empezó a gritarle al oído con cada vez más enfado hasta que no pudo aguantar más y le abofeteo. Solo así pudo conseguir que reaccionase débilmente con balbuceos incomprensibles aunque no abrió los ojos.

Take me, I'm alive

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Frío. Hacía mucho frío en la calle. Tanto, que casi le dieron ganas de volver a entrar en la discoteca, pero Alicia ya estaba harta de esa música cansina. En ese momento tenía puestos los cascos y escuchaba algo de The Pretty Reckless a la vez que fumaba un cigarro. Le echó el enésimo vistazo al móvil para ver si su amiga daba señales de vida. Estaba harta. Parecía que a su amiga le había comido la tierra. O un chico, que era lo más probable. Bueno, es hora de volver a casa, se dijo. Dio una última calada antes de apagar el cigarro en el suelo pisándolo con el tacón de su bota. A esa hora no había buses y en aquella zona los taxis habían desaparecido, así que tocaba andar hasta la parada del metro. Afortunadamente, ya estaría abierta cuando llegase. Se paró durante un momento frente al escaparate de la tienda. El cristal le devolvió la imagen de una chica de veinte años, rubia, con un rostro pálido con las mejillas sonrosadas por el gélido aire nocturno, los labios pintados d