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Cazadores de demonios II

La oscuridad ha llegado. Y con ella los depredadores que la pueblan buscando carne fresca con que alimentarse. Uno de ellos está despertándose, con movimientos pesados. Se prepara un poco de café y una tostada. Él sigue en ropa de interior. Enciende la tele. Primero ve el final de un concurso, pero en el trascurso de los canales ve boxeo, porno, mujeres gritándose por cualquier gilipollez que les haya salido del coño. Al final ve las noticias. Un muerto en una pelea entre bandas, civiles muertos en Siria y un ministro defendiendo su ejemplar gestión mientras todo se va al carajo. Luego ponen los goles del último partido de liga y a un subnormal diciendo lo bueno y sano que es esa nueva práctica oriental, a la que acaba de apuntarse para intentar follarse a su vecina Tras confirmar que la mierda está en su sitio, apaga la tele, termina con un sorbo su café, y se va hacía su habitación para cambiarse. Sin prisas, la noche es joven todavía. Se observa en el espejo. Contempla el cuer

Así de puta es la vida

El hombre chupaba un poco de lo que quedaba al cigarrillo. Casi nada. Lo apaga, mientras exhala el último aliento de humo. Miraba el horizonte, buscando una señal, una señal inexorable que mostrara el Apocalipsis, su Apocalipsis. No era tonto, tantos putos años mintiendo y sonriendo hipócrita te permite saber cuando tu alrededor lo hace. Las palabras zalameras escondían el cuchillo que pensaban clavar en su espalda. No, ni eso. No eran suficiente hombres. Incluso para traicionar se necesita cojones. Hijos de la gran chingada. Simplemente se irán, abandonaran su puesto mientras la tormenta se acerca para rematar su trabajo. El aire frío nocturno era la señal. Mientras se mesaba el cabello negro, tiraba la colilla. Y entró en la casa. Y se preparó. Se puso el chaleco antibalas, cogió su AK-47, unas cuantas granadas; y su viejo y querido revolver, al que dio un último beso en el cañón. Ahorita vienen, se dice a si mismo. Los buitres llegan rápido en busca de carroña. Pero esta j

Termópilas

El enemigo ya se acerca. Él, como el resto, sabía que estaba en sus últimas horas. Los espartanos vivían para el combate, pero eso no les hace invulnerables. Ni la terrible agogé ni las numerosas campañas militares les podía hacer olvidar el tacto de la piel de sus mujeres ni la risa de sus hijos. Las imágenes de la paz perturbaban sus últimos días de vida. Lo sabían. Todo soldado sabe cuando su hora está cerca. Y lo aceptaban. Por lo menos los verdaderos soldados que han entregado su vida a Ares. Bebía un poco de vino aguado. El amargo alcohol le calentaría el estomago antes de que  las Moiras cortasen su delgado hilo, y el frío del Hades le invadiese. Ningún mortal puede regir su destino. Pero puede tener valor y afrontarlo. Edipo se cegó a si mismo. Héctor se enfrentó al invencible Aquiles. El propio Heracles quemó su propia pira funeraria. Los cuernos y gritos enemigos empezaban a volverse audibles. Cogió su escudo, su lanza y su espada corta. Sin dudas, sin matices. Agua

Muerto el perro

Escrito con la colaboración de Salvador Esteban Barranco Estaba ya al límite de sus fuerzas. Solo la desesperación la permitía correr más. Pero las pisadas seguían acercándose. Al final sus piernas se rindieron y cayó al suelo. El hombre la alcanzó, a paso tranquilo, con el cuchillo en la mano y una sonrisa sádica reluciente. El hombre se acercó y consumó su obra. (…) -¿Te has enterado de lo de Susan? -Sí, pobre chica. ¿Qué mente perversa sería capaz de hacer eso? -Espera, ahí viene el sheriff . Sabrá algo más. El sheriff Gilbert parecía sacado de una película de John Ford. Su rostro pétreo e inexpresivo, incluso ante las actuales circunstancias, transmitía dureza. Pelo cano, nariz aguileña, tez tostada por el sol del desierto de Arizona. Se sentó en la mesa, pidió su whisky mañanero y con voz grave y profunda relató los sufrimientos de la pobre Susan. Había sufrido golpes, tenía mandíbula dislocada, varias costillas rotas, hasta que finalmente había sido de

Llevará tu nombre

-¡Fuego! Ese grito rompió el silencio y la paz del lugar. Los hurones escondidos descargaron sus fusiles sobre los despreocupados soldados británicos antes de cargar para teñir de sangre el hacha de guerra.  Lanzaban aullidos terribles que destrozaban tímpanos. Muchos de los supervivientes recordaron con horror como los pieles rojas enseñaban al dios de la guerra las cabelleras de sus enemigos. Mientras los muchachos británicos lloraban mientras intentaban vender caro su pellejo, yo corría buscándola. Yo no era un soldado dispuesto a dejarme matar por honor. Era un colono, que buscaba sobrevivir en una tierra de frontera. Fusil en mano y pistola al cinto, continuaba corriendo esperando ver todavía sus ojos azules todavía con vida. Lo hacía con la esperanza de los locos y los desesperados. Varios hurones se cruzaron en mi camino. Disparé mi fusil y después mi pistola. Cuando ya estaban sobre mí me defendí a culatazos.  Pero un hacha destrozó mi arma. Por instinto, saque mi

Persecución

La había jodido. El coche corría todo lo que podía, pero no conseguía alejarse de la policía. Requiebros, engaños y callejones. Lo había intentado todo. Pero era inútil. No le quedaba otra. Tenía que seguir apretando el acelerador, sintiendo la muerte en cada curva. No podía frenar, las balas estaban demasiado cerca ya. Alguna había impactado en la carrocería. Miró para atrás. Un coche se había estampado con un camión estacionado. Pero seguía teniendo dos coches patrulla encima de él. Para rematar oía un ruido desde el aire. Genial, habían llamado a un puto helicóptero. Ahora sí que no podría huir de ellos en la puta vida. Miró su pistola. Por un momento pensó en reventarse la cabeza. Jodería a los polis no pillarle vivo para sodomizarle. Además tendrían que recoger todos sus trozos de cerebro y de cráneo, a la vez que se manchaban de sangre. Soltó una carcajada. No sería una mala muerte. Elegido por él, no por unos gilipollas. Y además daría por culo un rato.