Necesidad
Los tacones furiosos golpeaban al
suelo. La rubia que los llevaba mordía los labios cuando no los
movía en tenso silencio mientras se decía a si misma blasfemias.
Giró su cuello níveo y comprobó que estaba frente a la puerta
correcta. El muy imbécil se la había dejado abierta y con un bufido
de rabia entró en el pequeño apartamento. Nada más entrar le llegó
el olor a vomito. Joder, se dijo a si misma. Él estaba en el sofá,
tumbado bocabajo con la ropa tirada en el suelo manchada de diversos
fluidos. Ella subió la persiana para ver si la luz diurna despertaba
al gilipollas. No fue suficiente. Ella empezó a gritarle al oído
con cada vez más enfado hasta que no pudo aguantar más y le
abofeteo. Solo así pudo conseguir que reaccionase débilmente con
balbuceos incomprensibles aunque no abrió los ojos.
Las lágrimas empezaron a caer por su
mejillas. Ella trataba de zarandearle hasta que finalmente rompió a
llorar. Entonces oyó su nombre. Solo su nombre dentro de una
retahíla de sonidos indescifrables.
-¡Vamos! ¡Levanta! Te necesito.
Ni la desesperación que desataba esa
última llamada de socorro de ella pudo conseguir que se irguiera.
Ella suspiró con resignación, le limpió las lágrimas, dejó su chaqueta de cuero en una
silla y fue para la cocina a por una jarra de agua y un vaso.
Mientras ella le ayudaba a beber, se dijo a si misma:
-¿Por qué tuve que enamorarme de ti?
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