Los ojos del hombre de arena 


Le dice que yo no existo. La niña jura y perjura que sí, que ronda por su habitación una sombra pálida vestida de negro, que no emite ningún sonido, que aparece tan pronto como desaparece. El padre se lo repite, ya cansado. Todo está en tu cabeza. Y vete a la cama. La niña tiembla de terror mientras se acuesta pero el cansancio le hace bajar la guardia, cerrar los ojos y caer en mis brazos pálidos. En ese momento, aparece el padre que comprueba que todo está bien y dice al aire: que tenga dulces sueños.

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