Así de puta es la vida
El hombre chupaba un poco de lo que quedaba al cigarrillo.
Casi nada. Lo apaga, mientras exhala el último aliento de humo. Miraba el
horizonte, buscando una señal, una señal inexorable que mostrara el
Apocalipsis, su Apocalipsis.
No era tonto, tantos putos años mintiendo y sonriendo
hipócrita te permite saber cuando tu alrededor lo hace. Las palabras zalameras
escondían el cuchillo que pensaban clavar en su espalda. No, ni eso. No eran
suficiente hombres. Incluso para traicionar se necesita cojones. Hijos de la
gran chingada. Simplemente se irán, abandonaran su puesto mientras la tormenta
se acerca para rematar su trabajo.
El aire frío nocturno era la señal. Mientras se mesaba el
cabello negro, tiraba la colilla. Y entró en la casa. Y se preparó. Se puso el
chaleco antibalas, cogió su AK-47, unas cuantas granadas; y su viejo y querido
revolver, al que dio un último beso en el cañón. Ahorita vienen, se dice a si
mismo. Los buitres llegan rápido en busca de carroña. Pero esta jodida carroña,
todavía está viva y coleando. A él no se
le chinga con facilidad. Un hombre borracho que se mató con una escopeta dijo
una vez que el hombre puede ser destruido pero nunca derrotado. Él no se
rendía, él no pedía misericordia. A él le tenían que llenar de plomo el cuerpo
para que cayera el suelo, como Al Pacino
en Scarface.
Silencio, puro silencio. Esa es la verdadera señal. Los
animales callan, así como el propio viento. Solo tu respiración. Inspira,
expira. Inspira, expira. Inspira y expira una y otra vez hasta que la
respiración ceda, mientras el ojo apuntaba en los matorrales. Por fin, empezó
el baile cuando apretó el gatillo y sonó la ráfaga de ametralladora, rompiendo
el silencio mortal nocturno.
Lo acompañó un grito de dolor. El infierno se desencadenó en
ese momento. Balas volaban en el aire. La oscuridad le amparaba, pero sus ojos
felinos delataban a sus enemigos. Con fría eficacia, mató a dos e hirió a otros
tres. Pronto descubrieron su posición. Una granada le sirvió de cobertura, para
cambiar de lugar. Y siguió disparando. Seguía oyendo a las balas, cada vez más
cercanas, algunas rozaban su piel. Y llegó el dolor, una había impactado en su
codo. Pero no podía huir, no había donde. Solo quedaba morir como un hombre o
rendirse para ser ejecutado como un perro.
Siguió disparando, sabía por sus gritos que ellos estaban
cada vez estaban más cerca. Los mismos gritos se transformaron en un desdichado
alarido de agonía tras el lanzamiento de una última granada. Apenas le quedaban
balas de su ametralladora, cuando se acabasen, solo le quedaría su fiel revolver.
Entonces oyó una voz que hacía años que no oía, pero aún así
era totalmente reconocible, tanto como la del mismísimo diablo. Arrogante,
profunda, notándose el tabaco que sus pulmones habían exhalado.
-¡Javiercito! Sigues luchando como un león. Pero ya el
pescado esta vendido. No chingues más y ríndete. Serás un héroe, te dedicaran corridos. En Sinaloa sabemos
como tratar a lo héroes como tú. Lo permitiré por nuestra antigua amistad,
socio.
Que te jodan. Descargó su última ráfaga de ametralladora.
Amartilló su pistola, y salió buscando
la muerte. Tras unos cuantos disparos, cayó al suelo. Era el final. Solo podía
reptar por el suelo en busca de un arma, ya que hasta su pistola le había
abandonado. Notaba el sabor de la sangre en su boca. Y lanzó una última mirada
al horizonte. Francisco Querote estaba frente a él, con una escopeta en sus
manos. Vio sus peores momentos de su vida. Vio a su chavita ahorcada. Su
camarada, su socio, el honorable Francisco Querote la había violado. Ella no puedo aguantar la
vergüenza y terminó con su vida.
Él no tenía esa fácil posibilidad. Lo primero fue huir al
desierto, donde se volvió un chacal, hasta que pudo plantar cara a su antiguo
amigo. Y así acababa todo. Él sangrando en el barro frente a quien había
violado a su esposa. Así de puta era la vida.
-Por lo menos no lloras como tu mujer.
Eso bastó para un último asalto. Saltó como un gamo, cargó
como un búfalo y mordió como un león en el cuello. Mientras oía los lamentos de
su víctima le intentó arrebatar la escopeta. Todavía la llevaba en sus manos
cuando se disparó el arma. Le reventó los huevos al violador.
Ambos estaban en el suelo, sangrando como cerdos, pero solo
uno lloraba como una mujer mientras moría.
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