Llevará tu nombre
-¡Fuego!
Ese grito rompió el silencio y la paz del lugar. Los hurones
escondidos descargaron sus fusiles sobre los despreocupados soldados
británicos antes de cargar para teñir de sangre el hacha de guerra. Lanzaban aullidos terribles que destrozaban tímpanos. Muchos de los supervivientes recordaron con horror como los pieles rojas enseñaban al dios de la guerra las cabelleras de sus enemigos.
Mientras los muchachos británicos lloraban mientras
intentaban vender caro su pellejo, yo corría buscándola. Yo no era un soldado
dispuesto a dejarme matar por honor. Era un colono, que buscaba sobrevivir en una
tierra de frontera. Fusil en mano y pistola al cinto, continuaba corriendo
esperando ver todavía sus ojos azules todavía con vida. Lo hacía con la
esperanza de los locos y los desesperados.
Varios hurones se cruzaron en mi camino. Disparé mi fusil y después mi pistola. Cuando ya estaban sobre mí me defendí a culatazos. Pero un hacha destrozó mi arma. Por instinto,
saque mi cuchillo y se lo clavé en el abdomen. Le vi caer mientras sus tripas
de desparramaban por el suelo. Pero no tenía tiempo, tenía que continuar. Un segundo perdido puede
suponer la muerte. Así que cogí su hacha, y seguí mi camino. Varios
cayeron, jóvenes que serían llorados por sus madres, padres que no verían a sus
hijos crecer y esposos que no volverían a amar a sus esposas. Maldita sea, no
pensé en mis actos. Ya no puedo volver atrás. Ni siquiera arrepentirme. Eran
ellos o yo.
Al final la encontré. Sólo Dios sabe que hubiera sido no
haberlo hecho. Cuatro indios la sujetaban, mientras uno la violaba por
detrás. Otro, el que parecía el jefe, miraba la escena con una expresión seria
y fría. Mientras se cambiaban el turno, el jefe se inclinó sobre su oído, y como luego pude saber, dijo, en un inglés muy marcado, repleto de faltas
gramaticales y en un tono que causaba nauseas:
-¿Sientes como los miembros de mis hombres penetran con violencia en tu interior? Esta es la venganza de mi pueblo.
Vuestro mismo juego. Matamos a los hombres, violamos a las mujeres y
esclavizamos a los niños.- Tras una sonrisa, que enseño su hilera de dientes
sucios, que olían a sangre y carne humana continuó- Mis tierras fueron violadas
por el hombre blanco. Mi esposa, y las
de mis compañeros también. Nuestros hijos fueron asesinados, no perdonasteis ni
a los más pequeños. No sois humanos, sois demonios que habéis venido a
perturbar la paz de mi pueblo. Erradicaremos vuestra plaga.
Con el dorso de la mano la golpeó, rompiendo su precioso
labio rojo, antes de carmín ahora de sangre. Y finalizó con su monologo.
-Basta de charla. Ahora toca cortar esta preciosa cabellera
rubia. Pero antes sacaremos al ser que tienes refugiado en el vientre. Para que
pueda oír los gritos de su madre, y ver el cuerpo mutilado de su padre. Hijo,
haz los honores, venga a tu madre.
Pero un sonido interrumpió el ritual pagano de sangre. Su
último hijo, lo único que le quedaba en la vida junto a su necesidad de
venganza, cayó fulminado. Yo había sido el mensajero de la muerte. Gasté mi
última bala. Solo me quedaba mi fiel espada, y el hacha que había robado. Y
con el coraje del padre deshonrado, me lancé a la muerte, rogando a Dios saldar
mi deshonor.
Mi hacha voló hasta la cabeza del que violaba a mi hija. La
hoja de mi espada mató al resto, sin que ellos supieran que había pasado.
Solo quedaba el señor de la guerra hurón.
Nos miramos fijamente, sabiendo que cada uno había sacrificado la inocencia ante el altar de Marte. Y
mientras nos culpábamos el uno al otro, nuestras armas se enfrentarían.
No hubo cuartel, ni honor aunque lo mentábamos. Nos herimos
mutuamente. Yo le conseguí alcanzar en el brazo, él en el cuello, dificultándome el poder respirar. Mi
vista empezaba a ser borrosa ante el dolor y la falta de oxigeno. Paré con
dificultad el último golpe, pero la hoja de mi espada quebró. Ya no había
esperanza, eso pensaba mientras me caía al suelo. Eché un vistazo a mi hija,
llorando mientras intentaba cubrirse con la ropa ajada.
Eso me salvo la vida, me dio mis últimas fuerzas para clavar
el cuchillo en sus genitales. Saque la hoja para clavarla otra vez, está vez en
el muslo, justo en la femoral. Seguí acuchillándole, bañado en su sangre, hasta que finalmente caí
desmayado.
Me desperté días después en un hospital de guerra. No tenía
fuerzas ni para levantar los parpados. Pero sentía una mano calida junto a la
mía. Sabía que era de mi hija y escuché su voz:
-Mi hijo llevará el nombre de alguien que no sería ni
honrado, ni justo, ni piadoso. Pero era valiente, capaz de dar la vida por los
suyos. Padre, llevará tu nombre.
Y por primera vez desde que mi memoria recuerda, pude
sonreír de orgullo de forma sincera.
Y yo me pregunto... ¿Por qué coño un colono inglés tiene una toledana? Vale que nos roben Gibraltar, pero nuestros aceros no se tocan.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. El cansancio afecta al sueño. Si fuese un noble podría haberla obtenido de múltiples formas: robado, encargado o comprado. Pero un colono ni de coña. Ahora subsano mi error.
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