Termópilas


El enemigo ya se acerca. Él, como el resto, sabía que estaba en sus últimas horas. Los espartanos vivían para el combate, pero eso no les hace invulnerables. Ni la terrible agogé ni las numerosas campañas militares les podía hacer olvidar el tacto de la piel de sus mujeres ni la risa de sus hijos. Las imágenes de la paz perturbaban sus últimos días de vida. Lo sabían. Todo soldado sabe cuando su hora está cerca. Y lo aceptaban. Por lo menos los verdaderos soldados que han entregado su vida a Ares.

Bebía un poco de vino aguado. El amargo alcohol le calentaría el estomago antes de que  las Moiras cortasen su delgado hilo, y el frío del Hades le invadiese. Ningún mortal puede regir su destino. Pero puede tener valor y afrontarlo. Edipo se cegó a si mismo. Héctor se enfrentó al invencible Aquiles. El propio Heracles quemó su propia pira funeraria.

Los cuernos y gritos enemigos empezaban a volverse audibles. Cogió su escudo, su lanza y su espada corta. Sin dudas, sin matices. Aguardó las órdenes y ocupó su lugar entre la formación. El muro de metal de escudos y lanzas, que había detenido a los soldados de toda Asia se volvió a formar. No podía disimular las manchas de sangre, -propia y enemiga- orina, vómito y barro. El campo de batalla estaba lleno de cuerpos destrozados de la batalla. Ni siquiera los buitres podían acercarse a ese macabro paisaje.

Los pensamientos poco a poco desaparecían. En el combate si piensas mueres. No hay lugar para sentimientos, piedad, lealtad, amistad, miedo. Ni siquiera se escapa el odio y la ira. Solo sobrevivía los que podían conservar el cerebro frío, que ignoraba los descontrolados latidos de un  corazón deseoso de más sangre que derramar, ajusticiar al asesino de tu amigo, matar por tu familia. No, en el combate se imponen los profesionales que segaban cuellos como quien amasa pan. Sigue siendo un trabajo como cualquier otro.

Las flechas empezaban a volar. Sus escudos les protegían de tan mortifico ataque. Algunos heridos clamaban al cielo. Y así llegó el choque.

A pesar de los días, del cansancio, del hambre, de las heridas. Los espartanos aguantaron la embestida. Y las lanzas se clavaban en los cuellos mientras las espadas preferían las ingles. La sangre comenzó a manar.

Una flecha llevaba su nombre, pero su escudo no opinaba lo mismo. La lanza se quedo atrapada en la caja torácica de un bactriano. Soltó su arma y cogió su espada. Siguió sesgando vidas y tratar que quien se la arrebatase tuviera que sudar sangre.

Y cumplió su deseo y destino. Antes de matarlo tuvo que amputarle la mano, ni siquiera así se daba por vencido, clavándole la espada en el estomago, revolviéndola con furia alrededor de sus intestinos. Alzó la mirada, clavando su fría mirada en el enemigo, mientras éste con un movimiento tan grácil como mortal, clavó su cuchillo en su sien. 

Rió, mientras la oscuridad se cernía sobre él.  

Comentarios

  1. Brutal. Como cualquier relato sobre las Termópilas bien escrito, es insuperable. Eso o que tengo debilidad por ellos. Ya he comentado alguna vez que de todo lo que he escrito en mi vida, la niña de mis ojos es el poema que le escribí a los griegos que murieron aquí.

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  2. Algún día sacaré una serie de libros basado en las Guerras Medicas.

    Gracias por comentar, espartano.

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