Cazadores de demonios II


La oscuridad ha llegado. Y con ella los depredadores que la pueblan buscando carne fresca con que alimentarse. Uno de ellos está despertándose, con movimientos pesados. Se prepara un poco de café y una tostada. Él sigue en ropa de interior. Enciende la tele. Primero ve el final de un concurso, pero en el trascurso de los canales ve boxeo, porno, mujeres gritándose por cualquier gilipollez que les haya salido del coño. Al final ve las noticias. Un muerto en una pelea entre bandas, civiles muertos en Siria y un ministro defendiendo su ejemplar gestión mientras todo se va al carajo. Luego ponen los goles del último partido de liga y a un subnormal diciendo lo bueno y sano que es esa nueva práctica oriental, a la que acaba de apuntarse para intentar follarse a su vecina

Tras confirmar que la mierda está en su sitio, apaga la tele, termina con un sorbo su café, y se va hacía su habitación para cambiarse. Sin prisas, la noche es joven todavía. Se observa en el espejo. Contempla el cuerpo de un hombre de cuarenta años, bajito y corpulento, pero no gordo. Pelo negro que empieza a clarear, ojos marrones, nariz aguileña y boca demasiado grande, resultando grotesca cuando sonríe, mostrando una dentadura que ha sufrido los efectos del sarro.

Se pone unos calzoncillos limpios, unos tejanos y una camiseta negra. Unas botas, negras también, al igual que su sudadera. Se dirige a la mesilla. Coge su cartera, con algo de dinero, su móvil, las llaves y un par de condones. Se gira hacia el armario, y tras desmontar un cajón coge una pistola y un cuchillo, largo y ancho, pero fácil de esconder disimuladamente en el interior de su pantalón.

Se va a la cocina para ultimar detalles. Afila de nuevo el cuchillo. Busca una braga, negra, que está junto a su spray antivioladores. Y busca un chicle de nicotina para evitar la tentación de fumar.

Mira por última vez el panorama tras el vidrio de la ventana. Oscuro y tenebroso. Una noche perfecta.

                                                              (…)

El policía intentaba parecer tranquilo, pero no lo estaba. Para nada. Llevaba semanas esperando una noche como esta. Sin luna. Ahora que la oscuridad es total es cuando él volvería a actuar.

Daba pequeños pasos por la comisaría. Daba igual que el plan estaba revisado de arriba a abajo. Que su superior le tranquilice para irse a ensayar su discurso frente a los medios de comunicación tras el arresto del ladrón. Incluso también habla de un posible ascenso. Hace mucho tiempo que quiere llegar a ser comisario. Él, que ha hecho el trabajo sucio no tiene esos problemas. No le van a ascender aunque atrape a Jack el destripador. Era perro viejo, no se hacía ilusiones. Solo quería pillar a ese hijo de puta que mutilaba mujeres.

Divorciado, con una hija en el extranjero que solo veía en navidades y más de la mitad de sus casi cincuenta años en el cuerpo de policía. Había visto robos, asesinatos, violaciones, mutilaciones. Pero nunca había acabado tan desquiciado.

No había ninguna mísera prueba, ni ningún testigo. Ni sangre, ni semen, ni fibras de tela. Era metódico y frío. Cogía a la víctima por sorpresa, la inmovilizaba y le echaba spray antivioladores. La violaba, mientras la golpeaba en la cara para desfigurarla, rompiéndole la nariz o el labio. También rompía algún que otro hueso, parecía que tenía predilección por las rodillas y las costillas

Pero lo más escalofriante do todo, es que de forma violenta, le arrancaba la oreja a mordiscos. Todo parecía indicar que se la comía. La oreja era su parte predilecta, estando en cada uno de sus asesinatos, pero también seccionaba diversas partes de la anatomía de sus víctimas. Pezones, mejillas, clítoris, trozos de muslo e incluso fue capaz de perforar el cráneo, para llegar al cerebro y sorber sus sesos.

El plan funcionará, se decía a si mismo. No hay fallos. Todo es perfecto. Si él no ha cometido ningún fallo, nosotros tampoco los cometeremos.  Una y otra vez. A ver si de tanto decirlo se convierte en verdad. Porque algo le decía que pasaría algo. Que sería un nuevo y ridículo fracaso, que su jefe no dudaría a cargar sobre sus hombros.

                                                            (…)

Caminaba por la noche, fresca e iluminada por la luz de las estrellas y la tenue luz de las pocas farolas que funcionaban. Silbaba una canción. Una nana. Infantil, excepto si le das la vuelta y el Coco acababa devorando al niño. La dulce melodía se veía imbuida por notas oscuras. El paseo abandonó la asfaltada calle y le condujo al descampado. Tras una caminata por zonas embarradas y atravesar unos arbustos, siguió un pequeño camino buscando a una presa desprevenida. Sabía perfectamente que las putas que no habían conseguido ningún cliente volvían por este camino. Había pasado semanas espiando para saber con certeza su comportamiento.

¡Bingo! Se decía a si mismo. Había ahí una. No era muy agraciada, con una nariz demasiada grande. Iba muy maquillada, con coloretes, rimel y un pintalabios rojo color sangre, que resaltaban unos labios muy gruesos. De cuerpo no estaba mal,  aunque carecía de pecho, aunque tenía una buena figura, piernas largas y un apetitoso culo.  Tenía varios piercings, dos en cada oreja, uno en la ceja y otro en el ombligo. Vestía un top rosa muy escotado que dejaba la tripa al aire. Tenía un pantaloncito vaquero, muy corto, que no ocultaba la tanga. Se notaba que estaba cansada, ya que se había quitado los zapatos, pequeño y que tenían un tacón de diez centímetros por lo menos, que sujetaba en la mano.

Se dirigió hacia ella, con una sonrisa en el rostro, con una señal para que se acercase. Tras un atisbo de dudas, camino hacia él con una sonrisa seductora. Él se acercaba ansioso por lo que iba a suceder, hasta que llegó a estar frente a ella. Se paró, pero ella siguió andando. Enseño sus dientes, perfectos y muy blancos.

-¿Qué hace un hombre tan guapo como tú, en un sitio como este?

Tras reírse interiormente de la falta de originalidad de la frase, que seguro que ella consideraba ingeniosa y ensayaba cada día frente al espejo de la mugrienta habitación del motel de carretera donde vivía.

A todo eso empezó preguntando el precio. Le gustaba esa negociación. Era como poner precio a la vida de una persona con su beneplácito. No, beneplácito no, colaboración. Ella con una sonrisa le ayudaba. Era ella quien aceptaba la oferta. En realidad era ella quien agachaba la cabeza, dispuesta a que le cortaran el cuello. Merecía la suerte que le aguardaba.

A todo esto, los policías se dirigían sigilosamente hacia el hombre. Había un pez cerca de su anzuelo. Había que intervenir rápido, en el caso de que picase. Cada paso, cada centímetro era una llamada al instinto para actuar. Tenían las armas preparadas para cualquier cosa. Se le iluminó la cara al viejo policía que estaba al mando. Veía la cara del que seguramente era quien había irrumpido en su sueño y en su salud mental. Tenía cara de lujurioso. O de asesino. En el fondo es la misma cara.

Miró a la chica, podía ser su hija si la suerte lo hubiera dispuesto de esa manera. Pérdida en un país extraño, sin familia y amigos, rodeada de buitres dispuestos a  disfrutar de su cadáver una vez que estuviera muerta de SIDA, sífilis o de un hijo de puta como el que tenía enfrente.

Cabrón, musitó para sus adentros. De estas no te escapas. No podía saber que tenía cuatro hombres apuntándole con sus pistolas, mientras cinco patrullas recorrían la zona, para cualquier eventualidad. No iba a escapar ese cabrón.

Los nervios le atenazaban, seguro que era él, sabía que era él. ¿Quién sino estaría en este sitio a estas horas? Sí quería una puta, podía haber ido hace varias horas a la calle. Habría tenido a quien elegir.  Debía de haber vigilado los movimientos de las prostitutas por la noche. Que listo, pero hoy el cazador iba a ser cazado.

Sin embargo, la espera se hacía inútil. El hombre estaba interesado simplemente en el precio de la chica, y le gustaba mucho regatear. Era un poco bipolar. Podía ser un pervertido o un caballero. A veces se mostraba contrariado, pero nunca se mostró violento. Al final, pareció acordar un precio con la muchacha. La otra se sentía incomoda, se había dado cuenta que era un simple putero, y abandonó al hombre, que se enfadó, gritándola puta de mierda y demás calificativos hacia su persona. Pero en su cabeza de la chica solo había decepción. Decepción por no haber hallado al cabrón que mató a su amiga. Siguió por el camino, por si acaso ese cerdo se manifestaba.


El hombre subió por una cuesta gritando todavía incoherencias. Maldita sea. No se podía fiar ni de una puta. No había accedido a su dinero. De repente se había negado a todo. No entendía que había pasado. Por un instante pensó en matarla. Pero eso sería romper su ritual. Había esperado un largo mes para ofrecer su sacrificio. Y para nada. Estaba muy alterado, y decidió pararse ante un árbol. Se apoyó en él, mientras musitaba:

-Puta de mierda. Te mataré mañana, y desearas no haber nacido. El cazador no fracasa nunca.

Y sintió la fría hoja de una navaja en la sien. Y oyó una áspera voz que susurraba:

-Por fin te encuentro hijo de la grandísima puta.

Tras un incomodo silencio, en el que el cazador se había convertido en presa y había roto a sudar. El hombre volvió a abrir la boca:

-Te gustaba esto. ¿Verdad? Susurrar al oído de tu víctima, sabiendo que le ibas a arrancar la oreja a mordiscos- empezó a morderle la oreja.- Era así ¿no?- El filo cortó la oreja, de la cual manó un potente chorro de sangre. El cazado gritó, y se derrumbó del dolor, apoyándose en sus rodillas. Recibió un rodillazo en la cara que le rompió la nariz. Estaba mareado, y solo notaba el dolor y el miedo. Su respiración se volvió irregular y sintió como se orinaba encima. Después oyó una risa macabra, y al final pudo ver, entre las brumas de la tortura, el rostro del agresor. Le conocía, sí. Pasaba mucho por aquí. Pero no era un putero, era el chulo. En sus ojos negros  se veía la codicia, la venganza, del dinero que le había ocasionado sus asesinatos. Y también el orgullo, no era un hombre de los que perdonaban una afrenta.

Ahora se estaba riendo a carcajadas. Se retiró el largo pelo negro de la cara, y le hizo una mueca con la lengua, acompañada con un silbido, como si fuese el de una serpiente. Con una mano, le desabrochó el cinturón y le bajo los pantalones y la ropa interior manchada. Le escupió a la cara y le volvió a golpear, rompiéndole el labio. Cogió su navaja, y empezó a juguetear con ella, cerca, muy cerca, demasiado cerca de su entrepierna. Incluso cortaba, o mejor dicho arrancaba, algún que otro pelo. Hasta que decidió abrir con su hoja la bolsa escrotal. El alarido salió de la masa de sangre y carne en la que se había convertido la cara de su víctima. Siguió cortando lo que quedaba de polla del asesino en serie que le había ocasionado tantos problemas. Pulverizó sus testículos, y clavó su navaja en la pierna, buscando la vena femoral, para que se desangrara, lenta pero inexorablemente. Después cogió cuerda, rodeo con ella el cuello del otro, apretó y anudó. Lo colgó de un árbol. Y se fue dejándole que se pudriera. Sería una gran advertencia, para cualquier capullo que quisiese joderle y jugar con él. Porque él sí que sabía jugar fuerte.

Cuando ocurrieron los hechos, la policía había desistido de su intento de búsqueda. Todos los efectivos movilizados habían volado. Menos uno. El viejo policía daba un largo paseo por el monte. Y no paraba de soltar maldiciones. Malnacido, rata de cloaca, te has vuelto a escapar. Puta mierda de vida y de todo. Poder, hostia puta. En eso se encontró a una voz suplicante pidiendo ayuda. Se encontró a un hombre agonizando colgado de un árbol. Cuando le rescató se dio cuenta que era el putero de antes. Era difícil saberlo, su rostro estaba desfigurado. Incluso estaba castrado. No sabía quien lo había hecho, aunque tenía sus sospechas. Pero bueno quien mata a un asesino, tiene cien años de perdón.

Le registró. Encontró su pistola, su spray antivioladores y su cuchillo. El cuchillo que había perforado en sus sueños. Solo había una manera de reparar el daño. Tras ponerse un guante para evitar las huellas, cogió el mango del arma. Y se lo clavó en el estomago. Una y otra vez. Hasta que decidió rebanarle el cuello. Dulces sueños, jodido cabrón.

Comentarios

  1. ¡Jooooder!
    Es tremendo, no me esperaba para nada ese final! Pero ahora creo que no hubiera aceptado ningún otro. Si el asesino llega a morir o es detenido por el policía habría sido demasiado predecible, pero que de pronto aparezca el putero y se cobre su venganza, es todo un punto a favor (hasta me ha hecho sonreír, fíjate tú).

    La descripción de los crímenes está muy bien hecha, no llega a ser nauseabunda pero sí concreta. El miedo y el misterio de la noche se pueden casi saborear.

    Enhorabuena, Adri, no tenía ni idea de lo bueno que eras =)

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