Exit Light, Enter Night
El sheriff caminaba por la rivera del
río con un cigarro en la boca y el ceño fruncido. Estaba siendo una
mala noche. Miró su reloj que le mostró que señalaba las dos de la
mañana. Cuando levantó la vista vio como se acercaba uno de sus
hombres tras vomitar en un árbol. El sheriff no preguntó si el
cuerpo era de ella, la respuesta era demasiado obvia, sino que dejó
que el sargento de rostro pálido y desencajado hablase.
-¡Será malnacido!¿Cómo... cómo se
puede hacer eso? Ha sido terrible, Sheriff. Terrible. Los ojos... Los
ojos... Y la falda estaba, maldita sea.
-Cálmese sargento. Serénese y
cuéntemelo todo de forma clara.
El sargento de policía tomó aire,
tragó saliva y con la voz aún acelerada relató:
-Fúmese un cigarro, sargento.
Se alejó caminando pensando en como
decir a los padres de Wendy, la adorable Wendy Darling, que habían
encontrado el cadáver mutilado de su hija.
En veinte años de experiencia el
pueblo de Wittiteg no había sufrido ningún crimen. La policía solo
ponía multas y calmaba a los borrachos. Un solo crimen en veinte
años podía parecer una buena estadística, pero es un pobre
consuelo para una madre que lloraba desconsolada y un padre con ojos
inyectados en sangre y con los puños apretados que solo musitó:
-¿Fueron los mejicanos?
-No lo sabemos.
-Y una mierda. ¿Quien de este pueblo
haría algo así? Era una niña de Dios, solo unos forasteros pueden
haberlo hecho. Este es un pueblo decente, sheriff. Tiene que
arrestarles antes que puedan escapar.
-No hay nada en su contra, no puedo
hacerlo.
-¡Maldita sea! ¿Vas a dejar que se
escapen y se escondan en la frontera? ¿Eres un hombre de verdad,
sheriff?
Tras el bramido hubo silencio. Un
silencio que acompañó al sheriff hasta el regreso a su casa. Sentado
en su porche y la mirada fija en ese bosque que ahora le parecía tan
oscuro. Solo una vocecilla le hizo regresar a la luz.
-¿Habéis encontrado a Wendy, papi?
-Sí, desgraciadamente la hemos
encontrado.
Sintió un abrazo y unas pequeñas
lágrimas en su hombro.
-No puede ser, la protegían las hadas
-Las hadas hicieron su trabajo tan bien
como las plegarias de su madre.
El sheriff pasó su brazo por detrás
de la espalda de su hija, queriendo protegerla de algo, de lo que
fuera de lo que se escondiese en el bosque, de los desconocido, de la
vida.
-Ya no puedes jugar por el bosque como
antes.
-Pero las hadas se enfadaran.
-Yo pensaba que te protegían.
-Depende. Ellas son tan pequeñas que
solo pueden tener un solo sentimiento en su corazón. Puede ser amor,
odio, soberbia o envidia. Yo tuve envidia de Wendy, pensé que ellas
la habían mostrado como ir a Nunca Jamás.
-Puede que estés en lo cierto.- El
sheriff besó la rubia cabellera de su hija - ¿En serio querías ir
allí, a donde demonios este Nunca Jamás? ¿Lejos de tu padre? - Su
voz intentaba mostrarse cálida y a duras penas lo conseguía.
-No, papi, yo me negué a ir cuando me
dijeron que no había vuelta atrás. Me dio miedo pagar el precio.
-¿Cuál era el precio?
-Mis sueños. Decían que los sueños
de los niños se convertirían en metas y objetivos cuando fuésemos
adultos. Había que proteger nuestros ojos de nosotros.
-¿Ojos?
-Sí, decían que los sueños vivían en
nuestros ojos. Sin ellos seguiríamos siendo niños en Nunca Jamás.
La mirada del sheriff volvió a apuntar
al bosque tenebroso.
-¿Seguíais jugando en el mismo claro
de siempre?
-Sí, papá.
-Ve a la cama, duerme, cierra tus
bonitos ojos y prométeme que los abrirás de nuevo.
-Lo prometo.
Tras un beso en la mejilla, el sheriff
se internó en el bosque. No creía en hadas pero tampoco había
creído en ser testigo de cadáveres sin ojos en el río.
Era luna llena y podía oír a los
búhos ulular. Ese sonido le hizo compañía hasta que se escondió
detrás de un zumbido, cada vez más intenso a medida que caminaba.
Ya en el claro lo vio todo.
Una nube de luces amarillas no paraba
de volar frenéticamente formando extraños símbolos que solo se
podían descifrar desde el cielo. O desde lo alto de una rama, donde
se posaba un muchacho de 15 años pelirrojo, larguirucho y vestido de
verde. Reía y saltaba de rama en rama mientras proclamaba:
-Ya falta menos. Ya falta menos para
Nunca Jamás.
El sheriff no dudó y le apuntó con su
arma.
-¡Alto!
El chiquillo paró por un momento su
extraña danza voladora y giró su cuello en dirección a su
visitante.
-No me gustan los adultos. Siempre
estáis metiendo vuestras narices en todo.
-Ni a mí los asesinos violadores.
-No la maté. -Afirmó entre risas
joviales y macabras.- La liberé. La liberé de una vida que la
ataría hasta estrangularla. La liberé de padres violentos y madres
que miraban a otro lado. Le di un paraíso. No una vida de esclavitud
por un mísero sueldo que le ataría a una vida de infelicidad.- Hizo
un pausa y el sheriff vio como le brillaban los ojos. - No puedes
detenerme. El ritual ya concluyó cuando eyaculé sobre ella.
-Y creerás que fuiste un caballero
violándola.
-Que los dioses nos libre de los
caballeros como tú. Hipócrita que te atreves a juzgarme. Yo no la
violé. Ella vino a mí, al río, suplicando misericordia. Porque
sabía que este mundo estaba enfermo y quería huir de él. Yo era la
única esperanza que le quedaba tras plegarias sin respuesta de
dioses ignorantes. Pero ella ya es libre en Nunca Jamás junto a los
niños que como ella decidieron cerrar los ojos a un mundo que les
abominaba. No como tu hija. Ella tuvo miedo. Siento lástima por
ella, será un ser gris como tú.
No pudo evitarlo, ante la mención de
su hija el sheriff disparó. Sin embargo, el muchacho lo esquivo de
un salto. El enjambre de hadas se lanzó furiosamente a por él y le
cegó. Sintió que le desarmaban y le rompían la mano. El sheriff
aullaba de dolor mientras oía la risa cantarina del muchacho.
Finalmente le soltaron y las hadas retrocedieron, permitiéndole ver
de nuevo. El traje verde del muchacho, que parecía bajo la luz de la
luna más joven, estaba manchado de sangre pero aún así la sonrisa
del adolescente no se desvaneció.
-Pobres ilusos. Seréis ceniza de este
mundo del que por fin vuelvo a escapar.
Voló. Pero el sheriff ya no le
prestaba atención. Solo a su hija con un cuchillo ensangrentado en
la mano. Ambos se abrazaron en silencio hasta que finalmente
amaneció.
Ya en casa, su hija le vendó la manó
y le acompañó a comisaria. Allí dentro estaba el padre de Wendy
profiriendo insultos racistas con manchas de pólvora en sus manos.
El sheriff vio como su hija negaba con la cabeza.
-¿Por qué no creeremos en la verdad y
sí en ilusiones de nuestra mente?
-Porque pocos la resisten.
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