Vis a Vis
Bill movía con ansiedad las manos. Le
habían llevado los guardias a una habitación decorada de forma
espartana, con solo una cama de matrimonio, una papelera, una mesa
con condones, un cuadro hortera y una ventana de la que salía luz
que agradecía tras varias semanas encerrado en una celda de máxima
seguridad. La espera terminó cuando la puerta se abrió; allí
apareció una rubia de largas piernas, bien maquillada y con un
vestido corto. Hannah dio dos pasos en la habitación y se detuvo
mirando al joven con uniforme penitenciario de anchos hombros, quizá
ahora un poco demacrado, algo de barba y un pelo más largo que lo
habitual, pero ella pensaba que le quedaba bien. Ambos se miraron
fijamente, como si hubieran pasado siglos antes de la última vez,
que ahora rememoraban. Hubo cierta sombra, pero finalmente Bill
sonrió al verla y rompió el silencio.
-Pensaba que te habías olvidado de mí.
-Ojalá, todo hubiera sido más fácil.
-¿Sigues enfurruñada?
-Oh no, es imposible enfadarte contigo,
pedazo de cabrón. Pues claro que estoy enfadada. No te pienso
perdonar en la vida que me abandonases.
-¿Tanto te molestó que evitará que
te metieran en la cárcel?
No pudo ella evitar una sonrisa
mientras se mordía el labio y se acercaba para sentarse junto a él
en la cama.
-¿Acaso no estoy en una?
Y le besó.
Sus manos recorrieron sus cuerpos,
demostrándose que recordaban como eran a pesar de la ausencia. Ella
tomó la iniciativa, derribándolo sobre el colchón y quedando sobre
Bill. Se fueron desvistiendo hasta solo quedaron en ropa interior.
Hannah le mordió el cuello mientras las manos de él recorrían sus
curvas.
-¡Maldito bastardo! Eres demasiado
guapo.
-Ya no estas...
Hannah le dio un bofetón.
-Sigo enfadada. Que quiera follarte no
cambia nada.
-No me arrepiento.
-¿No lo haces? ¿Es por tu complejo de
héroe? ¿Por qué no dejaste que fuese yo quien te cubriese la
retirada? ¿Y el numerito del beso? ¿Creías que era una película?
-Alguien tenía que ser la distracción.
Y te recuerdo que el botín lo tenías tú. Y por mucho que te joda a
ti y a tu orgullo, yo soy mejor tirador.
-¿Si? ¿Eres entonces el nuevo Rambo?
-Donde pongo el ojo, pongo la bala.
-Pues te cogieron.
-Eran demasiados. El objetivo no era de
escapar, era que lo hicieras tú. Cuando lo conseguiste, solo quedaba
entregarme.
-Y ahora estás en chirona. Al menos tu
esposa tiene cerebro y no solo planeó todo, sino que está en casa
con...
Hubo una pausa en su discurso burlón y
simplemente le volvió a besar el pecho.
-Lo siento, lo siento; todo es mi
culpa. Yo...
-Hannah...
-No sé que se me pasó. Lo he repasado
todo, una y otra vez. No deberían haber llegado tan pronto, no sé
si fue una alarma silenciosa que se me paso por alto, o si calculé
mal el tiempo. Y cuando pasó todo, no pude reaccionar. Y entonces...
-Cállete Hannah – Le acarició el
pelo rubio – Estas cosas pasan. Es mala suerte. Eres genial,
cariño. Yo solo soy carne de cañón, el tipo duro con voz áspera
para acojonar a las cajeras de los bancos o los joyeros, y que a
veces pega tiros. Tú eres el cerebro, quien lo organiza todo, quien
ve si es posible atracar o no. Si hay alguien que se merece escapar,
eres tú.
-No me vengas con eso de nuevo. Si salí
de ahí es porque tu reaccionaste junto a tiempo mientras yo me quedé
paralizada excepto para irme por patas.
-Si salgo, es por el abogado que has
pagado con el dinero que hemos conseguido gracias a que un cerebrito
lo pensó todo. Date un mérito por ello. Porque eres impresionante.
-¿Impresionante? Vaya poeta, ¿es todo
lo que puedes decir de mí?
-¿Te recitó un soneto?
-Prefiero que te centres y me folles,
la verdad. Esto es un vis a vis, hay límite de tiempo y estoy algo
necesitada desde que no vuelves por casa.
-Pues eres la que estás arriba, así
que dale.
-¿No quieres cambiar?
-No, hoy no. Desde aquí tengo mejor
vista. Para recordarte en la oscuridad de la celda junto a tus ojos
azules.
-Cállate, yo también estoy sola. Y he
usado demasiadas veces mi consolador. Así que, cariño, haz lo que
tengas que hacer.
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