God's Gonna Cut You Down



Paige seguía borracha al amanecer mientras esperaba impaciente frente a la verja del cementerio. Despeinada y con la mirada perdida, apuraba una botella de whisky mientras se colocaba la ropa y trataba de arreglar su maquillaje corrido. Ya estaba harta de esperar y de los nervios su mano fue hacía su cicatriz en el antebrazo. Recordó como se lo hizo, con apenas diecisiete años. Le gustaba apretar el pedal del acelerador en la carretera y demostrar a los chicos que a ella no le tosían. Uno de ellos se puso gallito, y al tratar de impresionarla chocó con ella. Él la fue a ver ileso y sin un rasguño al hospital; ella ahora va a verle totalmente ilesa a la tumba.

Las puertas de acero algo oxidado se abrieron y ella se dispuso a ignorar a los vivos como llevaba haciendo desde ese día, atravesando la sombra de altos cipreses, con paso decidido pero algo tambaleante. El enterrador, ya acostumbrado a su presencia, ni le dirigió una mirada ni le reprochó, nunca lo hizo, su estado. Realmente todos los que iban a ese lugar a esas horas estaban embriagados por algo, ya no solo alcohol, sino por el desasosiego que se había clavado en su corazón y se negaba a soltarlo. Todos buscaban a alguien que no encontraban entre flores marchitas y lápidas vacías y olvidadas, para solo hallar a un nombre, algunos junto a un epitafio o una foto, donde intentar recomponerse.


Paige se mordía el labio. Nunca sabía por donde empezar. Había días en los que quería recriminarle que la hubiera abandonado en este mundo; otros días se culpaba de no haberle acompañado a donde sea que estuviera, por seguir viva y se enfadaba porque el sueño que tenían ambos ya no tenía sentido. Pero lo que casi siempre había entre ambos era un silencio abrumador casi perfecto, solo roto por los lejanos lamentos y los pájaros que buscaban refugio en los pocos árboles. Casi prefería los momentos en los que ella se rompía y se abrazaba a la tumba de frío granito. Al menos no se sentía tan lejana del mundo y de él, y los recuerdos de besos y confidencias nocturnas estaban más allá de su realidad. Ahí estaba todo menos la bala del atraco. Sí, eso sí que estaba siempre presente, a pesar de que en ese momento no paró de correr, solo le miró un instante. Ellos decían que en lo que en su mundo no tenían momentos para lamentarse y ponerse sentimentales, que lo importante era sobrevivir. Y para eso nunca hay que detenerse aunque dejes en el camino a seres queridos. Eso si, ellos aún se reían de esa norma, aunque sabían que era cierta. La juventud les decía que serían únicos, que se salvarían, que nada malo podría pasar. Solo un dios cruel podría hacerles daño. Solo sospechaban como de puta podía ser la vida.

Lo que Paige estaba descubriendo que cuando dejas de correr completamente agotada ya solo queda mirar atrás, esperando que un pasado regresase . Ya puedes haber dado el gran golpe de tu vida, que todo lo que quedaba era un agujero de lodo del que tenía que escapar antes de volver a vivir en este nuevo mundo solitario. Nada en esta vida es gratis, ella lo había descubierto a la fuerza, que todo requiere un sacrificio, y nunca te dicen que es demasiado caro hasta que pagas.

Ella abrió la cartera donde guardaba la última foto que se hicieron. A Seth no le gustaba salir en ellas pero no podía negarle nada a su novia en su cumpleaños. Era ya por la noche, todos los invitados se habían ido y ya estaban por fin solos. La música era ruidosa y saltaban como tontos hasta que ella saltó sobre él y le beso. Al tiempo que su lengua exploraban sus bocas, y solo se detuvieron cuando las cámara les apuntó mientras ellos reían, aún abrazados. Jóvenes, guapos, felices. Todo debía haber seguido así. Nunca sigue así. Después del flash volvieron a perderse en los ojos del otro. Se quitaron la ropa. Ella le beso el tatuaje en el torso mientras la mano de él acarició su espalda delgada hasta la pronunciada curva del sur.

Que lejos estaba esa noche. Solo quedaba papel manoseado. Paige sintió nauseas. Estaba cansada de no tener respuestas. El estomago lo tenía cada vez más revuelto. Por fin cayeron las primeras lágrimas del día. Se cubrió la cara con las manos y cayó al suelo. No había nadie, nadie para consolarla, ni abrazarla. Intentaba imaginarse que él estaba con ella. Pero no, solo quedaba la soledad que se había instaurado durante estas semanas en su vida. El estomago protestaba, se levantó sosteniéndose en una tumba mientras sentía un extraño dolor de cabeza. Se consiguió poner en pie, lamentando como la vida puede cambiar y huyendo de ese tétrico lugar del que nunca podría escapar. Después de pasar la entrada fue a una esquina donde no pudo evitar vomitar. Trató de limpiarse con un pañuelo, pero sin mucho éxito. No levantó la mirada hasta llegar a casa, donde volvió a vomitar, y cayó a la cama desesperada por dormir y quedarse en blanco por unas horas. Pero después de todo volvería al agujero. Dios sabe que en cualquier momento puede cambiar la vida y retorcerla hasta dejarla irreconocible. Y si ya no puede vivir su vida, ¿qué le queda?

Pasaron dos días cuando volvió al cementerio. Fue por la tarde, casi a la hora de comer. Era un día nublado pero los rayos de Sol calentaban. Ella estaba maquillada para estar guapa de nuevo frente a él. Notaba que le temblaban las manos de los nervios. Rió, pero no pudo evitar alguna lágrima suelta. Él no estaba y nunca regresaría para verlo. Todo había cambiado y eso no tenía remedio. La muerte podría ser definitiva, la juventud desvanecerse, pero también la vida podía florecer. Ella ahora lo sentía mientras se acariciaba el vientre. Ella se sentó cruzando las piernas. Beso sonriente el granito y lo abrazó mientras le anunciaba la buena nueva. Ya no eres mi fantasma, le susurró, que me persigues en el recuerdo borroso del tiempo, tú eres el padre de mi hijo, eres el hombre que amo y el que evitó que me llevase por delante una bala. Descansa cariño. Ya te volveré a ver, ya te contaré como se llamará, como crecerá. Siento que tardemos en vernos. Pero ya no lo espero impacientemente. No, ahora puedo seguir. Seguirá el dolor, seguirá toda mi vida, pero seguirán los recuerdos y el más importante nos sobrevivirá.

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