Entre fronteras
La carretera es una recta y puedo pisar
el acelerador mientras nos envuelve el desierto de Arizona con sus
cánticos de aullidos de coyotes mientras la cocaína terminaba de
penetrar en el interior de mi cerebro. Es un paisaje espeluznante,
quien sabe, quizá estemos rodeados de cadáveres enterrados por los
narcos. A lo mejor no estamos lo suficientemente jodidos y ahora se
levantan con ganas de vengarse de los vivos en un apocalipsis zombie.
Pero di algo, no te quedes callada mirando la nada por la ventanilla.
Sigues siendo tan guapa, ¿qué demonios habrás visto en un
fracasado como yo? A lo mejor es porque soy guapo. En todo caso, tu
defecto es no tener mucho gusto, solo hay que verme en el espejo.
-No seas tan duro contigo mismo.
¿Por dónde iba? ¡Ah sí! El puto
desierto, que puto calor. Tengo la camisa pegada a la piel por el
sudor. Espero no quemarme, con las prisas no he podido echarme crema
y no podemos parar. Tampoco he podido afeitarme, ni hacer la maleta
en condiciones. Nunca se está preparado uno para viajar. Tú
deberías saberlo más que nadie. Sí, no debería sacar el tema.
Jimmy, concentración, concentración, que ya falta poco para la
frontera. Es raro pisar por última vez la tierra donde naciste. Es
decir, noto lo mismo que siempre. ¿No debería sentir algo distinto?
Tampoco parecía nada especial ese día
en la cafetería. Lo pasamos bien, pero como otras veces. Ahora lo
veo algo especial porque ya es un recuerdo que perdura. Creo, cariño,
que es en nuestra memoria donde realmente reside la felicidad, el
único lugar donde se la puede reconocer. Ese día no era distinto a
otros: me serviste un café, yo insistí en que fuese una cerveza, tú
te reíste y me recordaste que no vendían alcohol antes de mandarme
a la mierda y te fuiste dándome la espalda mientras yo pedía la
hoja de reclamaciones. Estabas preciosa con ese uniforme. Creo que
nunca te lo he dicho, pero creo que era evidente por como te miraba.
Debería habértelo dicho. Era una pena que en el trabajo no te
soltases el pelo; me encanta tu melena negra a juego con esa mirada
oscura y melancólica que coronaba tu cara pálida. Al menos cuando
regresaste, ya cambiada en vaqueros ajustados y camiseta, ya estaba
suelto. Nos quedamos en el coche, besándonos con la radio puesta.
Mis manos se perdían por el fin de tu espalda mientras tu lengua
exploraba mi boca.
Cariño, ¿es eso el cielo? ¿Rememorar
esos momentos donde realmente fuimos felices?
No respondes. En fin, ya estamos
cruzando la frontera. ¿Dónde pararemos? ¿En México? ¿O
continuaremos hasta Guatemala, perdiéndonos en la selva? O Brasil.
Sí, la playa de Brasil sería perfecta. Tú y yo bañados por el sol
y el agua marina casi desnudos. ¿No es un bonito sueño?
-Ya es hora de parar. Hay que hablar.
Pero sí ya estamos hablando.
-No. Solo es el monólogo de tu cabeza.
¿Y si paro va a dejar de serlo?
-Tu psique tiene que descansar de tanta
tortura antes de romperse.
Tú mandas. Mira aquí mismo detengo el
coche. No hay nada a la vista. ¿Impresiona, verdad?
-Céntrate.
Lo estoy, te lo prometo. No puedes
negarlo, el vacío impresiona. Por eso me gustaba el desierto,
adoraba perderme en él contigo sin que nadie nos molestase. Los dos
juntos y nada más.
-Pero estar solo en el vacío es otra
cosa.
Sí, cuando estás solo en el desierto
es asfixiante.
-Es hora de soltarlo todo y terminar.
Sobre todo conmigo.
No quiero, no puedo; aún te necesito,
me reconfortas.
-No digo que me olvides. Yo estaré
siempre ahí, en tus recuerdos.
¿Y no puedo vivir con ellos? ¿No
puedo vivir en la felicidad?
-Sí, pero no en ellos. Son felices
pero no tienen vida. No tengo vida, Jimmy. En el fondo la felicidad
está sobrevalorada, muy alejada de lo que buscamos exactamente. Vivo
en ella y sinceramente agradezco tus alucinanciones. Pero tienen que
acabar, cielo.
[...]
Lo siento.
-Ya lo sé.
Yo no pretendía que acabase así.
-Pero así ha acabado.
Debería haber una forma de...
-¿De qué? ¿De resucitar? ¿De viajar
al pasado? No. Solo queda continuar. Paso a paso. De beber tequila en
México, visitar la selva de Guatemala y llegar a las playas de
Brasil. Quizá ahí encuentres compañía. No te preocupes, no voy a
ponerme celosa. A fin de cuentas, solo soy memoria. Y al cielo no hay
tener prisa para llegar pero tampoco está tan mal. Pero es un
secreto que no puedo contarte en detalle. Trata de sobrellevar la
vida lo mejor posible. Además no eres tan culpable como te crees.
Pero tampoco es malo culparse de ciertas cosas. Todos tenemos malas
acciones en nuestra conciencia que nos atormentan de forma paranoica,
y sí somos sinceros deberíamos estar en la lista negra de Dios.
Pero al final lo que de verdad tiene valor es como nos damos cuenta y
como reaccionamos en consecuencia.
No te entiendo.
-Normal. No es el momento.
¿Puedo darte un último beso?
-Sé que no va a ser el último. Pero
recuerda. Besas a una sombra.
Bravo
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