These colours don't run




La guerra acaba aquí, en los bares. No hay otro lugar para los festejos. Los soldados bebían, brindaban, bailaban y seducían a las mujeres que les admiraban como héroes. Tampoco tenían más remedio. ¿Qué iban a hacer? ¿Quedarse solos en casa? No, los soldados corrieron en los brazos del alcohol para homenajear a sus compañeros caídos y en brazos de mujeres para olvidar los años que perdieron tras Pearl Harbour.

Mike aún no estaba listo para olvidar. A pesar del largo viaje, primero en barco para después coger un tren hasta Chicago, aún no se sentía en casa. Le perseguía la lluvia torrencial de las Islas Salomon y siempre estaba en guardia como si esperase un último ataque. Había elegido una mesa apartada con una pinta en los labios y otra en el otro extremo de la mesa. A su alrededor había ruido, risas, gritos de borrachos que no podían controlar su voz y besos pero aún así para él era otra jungla; una jungla donde en cualquier momento podía aparecer un enemigo. ¿Por qué no? Esos japos no se rendían nunca ni en la derrota. Podría aparecer alguno escondido para vengarse. Si se escondieron en cuevas en Iwo Jima, ¿por qué no hay no esconderse en una multitud confiada y atacarla con una de sus espadas? ¡Estaban locos, ellos podrían hacerlo!

-¿Esperas a alguien?



Su mirada perdida volvió a la realidad. ¿Y quién estaba ante él? Una muchacha rubia que le sonreía. Apenas había tenido tiempo para mujeres desde su regreso. Las había echado de menos en Oriente pero ahora le parecían demasiado ajenas a él. Tenía el cuello pálido, engalanado por un collar dorado con retazos de plata casi blanca y llevaba un vestido verde de escote ceñido y que apenas llegaba a sus rodillas. No pudo evitar mirar sus piernas. ¿Cuánto hacía que no veía a una mujer que no estaba vestida de enfermera? Ella se sentó y se apartó el pelo de su rostro y él se quedó observando su pequeña nariz, los ojos verdes azulados y unos labios rosados.

-No me has contestado, ¿esperas a alguien?

Ella también le miraba directamente a los ojos grises. De hecho, llevaba varios minutos mirándole a pesar de que se escondía en las tinieblas. Se había fijado en como el pelo estaba empezando a crecer y ya se podía observar que era de color castaño. Su rostro apenas había dejado de estar demacrado y todavía se podían ver los pómulos casi desnudos. Aún así era guapo y llevaba el traje con porte aunque su actitud fuese recelosa.

-No. No espero a nadie.

-Ya decía yo. Era ya demasiada impuntualidad. Si alguien te hace esperar tanto tienes que cambiar de amigos. O novia.

-Como he dicho, estoy solo.

-Entonces puedo sentarme. - Lo hizo y cruzó las piernas largas que acababan en unos zapatos con un poco de tacón. - Entiendo que no estás aquí para divertirte.

-Entonces. ¿qué hago aquí?

-No puedes dormir porque tienes demasiadas cosas en  la cabeza. No quieres seguir en casa porque notas que todos te miran preocupados. Te preguntan si estás bien mientras de examinan inquisitivamente en todo momento como si supieras la respuesta. Sales, en parte para tranquilizarles, en parte para mantenerte en movimiento. Crees que unos amigos y unas chicas te harán olvidarte de todo pero tras un par de tragos los fantasmas regresan. ¿Me equivoco?

-Tú no sabes nada de fantasmas.

-¿No? He estado todos los días de la guerra leyendo la lista de muertos del periódico. Y aquí estoy, esperando a un nombre que nunca va a salir de esa lista.

Mike se recostó incomodo sin saber como disculparse y ella con un gesto señaló a la bebida sin propiedad. Mike asintió y ella le dio un sorbo.

-¿Cómo te llamas?

-Nancy. ¿Y tú?

-Mike.

-Mike, escucha. - Le dio otro sorbo a la cerveza. - Mis amigas están con unos soldados pero esta noche no me apetece bailar. ¿Podemos hacernos compañía? ¿No molesto? Entiendo que lo más probable es que no es el mejor momento.

-No, tranquila. Solo que no creo que sea yo una buena compañía.

-Yo tampoco lo soy.

Ambos brindaron y pareció que el ruido se fuese alejando a otros rincones del bar con el silencio rodeándoles por unos momentos mientras se examinaban con atención el uno al otro. Ella vio como la piel de Mike aún seguía tostada por el sol de Oriente y él vio como Nancy tenía un pequeño lunar en el cuello.

-¿Estuviste en Iwo Jima?

-Fue una carnicería.

-Nadie dice como fue. Ahí fue cuando Harry, mi marido, cayó y los militares no dijeron mucho. Solo recuerdo que hablaron de sacrificio y libertad. Al final te resumen la batalla con la foto de una bandera y se olvidan de la lista de muertos. Como si tras enterrarlos ya dejaran de ser soldados y el problema es que ya no dejan de serlo. Y yo, su viuda, ni siquiera sé situar en el mapa donde murió.

-Es una pequeña isla en un enorme océano que algún iluminado decidió que iba a ser clave para una operación y nos mandó a morir.

-Quizá no quieras recordarlo.

-No puedo no hacerlo. Está vivo en mi mente. Me paso los días esperando las ordenes de mi capitán  para una última marcha. Y luego están las miradas de la gente.

-¿Las miradas? ¿Cómo os miramos?

-Como juguetes. Juguetes que quieren tener a su lado. ¡Mírame, estoy bailando con un héroe de guerra! ¡Escuchadme, he invitado a una copa a un soldado! ¡A saber a cuantos ha matado! Pero luego comprobáis que seguimos oliendo a trinchera y os apartáis.

-Mike, yo no quiero faltarte al respeto. Nadie quiere.

-¿Entonces por qué me siento como si volvemos a casa derrotados?

-Porque la victoria es lo más parecido que existe a la derrota. No es en ningún caso una satisfacción. Al final, tras un instante, nuestros logros se acaban y solo queda el agotamiento y el hastío como si fuera una derrota.

-¿Ahora sabes lo que yo siento?

-Tal vez. No aguanto ser solamente una viuda de guerra. Quiero dejar de pensar en sacrificios y simplemente poder recriminarle que me dejase sola. -Nancy contuvo las lágrimas en sus ojos pero sus labios delataban la rabia que sentía. - Y ahora simplemente quiero saber lo que paso.

-¿De verdad crees que te va ser útil? Realmente ni siquiera nosotros sabemos que paso.

-Lo único que quiero es poder cerrar la herida, aunque sea con un intento de verdad. Solo pido que no sean palabras vacías. - Terminó su bebida. - ¿Invito yo?

-¿Desde cuándo invitáis vosotras?

-Desde que os quitamos el trabajo y dejamos sin blanca a los soldados.

Nancy sacó los billetes y los dejó en la mesa. El camarero se acercó y pronto volvió con las copas mientras Mike empezó a pensar por donde empezar. ¿Cuándo se alistó? ¿Su último día con su familia? ¿Su adiestramiento? Afortunadamente ella le ayudó tras probar su copa:

-¿Estuviste en Guadalcanal?

-Sí, fue mi bautismo de fuego.

-Los periódicos se volvieron locos con vosotros. Pero antes de esa batalla Harry aún me mandaba cartas regularmente. Después se fue volviendo más distante.

-A mí me pasó lo mismo con mi familia. - Mike notó como las manos empezaban a temblar. -  Aguantamos todo lo que nos echaron pero a un coste.  Apenas dormimos porque ellos aprovechaban la oscuridad de la noche para atacarnos. Y nosotros contraatacamos acto seguido bayoneta en mano. Incluso si les habías abierto las tripas no podías descuidarte ya que incluso en su agonía seguían tratando de matarnos. Eran como demonios.

El resto del bar no les prestaba apenas atención. Como mucho pensaban que era otra pareja buscando consuelo para la soledad que les atenazaba. Como si fuera así de fácil.

-¿Luchaste en otros sitios?

Sí. Casi siempre en islotes perdidos de la mano de Dios donde no paraba de llover como Pavuvu o Peleliu. Eran playa paradisíacas que se iban convirtiendo en una jungla asesina a cada paso en el que las enfermedades empezaron a acabar con nosotros casi tanto como los japoneses. Y entonces vino Iwo Jima. No sabíamos que hacíamos ahí. En Normandía y Europa sabían que avanzaban hacia Alemania, y que cada carretera y puente que cruzaban servía para algo pero, ¿para que demonios queríamos una isla casi despoblada?

-¿Cómo fue?

-La peor masacre de la guerra. Caímos como moscas. Corríamos entre las balas y nos  tirábamos al suelo. Una y otra vez. La guerra en el fondo es aburrida. -Mike le dio un sorbo a su cerveza mientras veía como la mirada de Nancy se perdió por unos largos segundos. Reanudó su relato cuando volvió en si. - Y la isla luego fue inútil. En teoría nos iba a servir para para invadir Filipinas. Pero no, tras un mes de combates embarcamos rumbo a otra isla perdida.

-Entonces, ¿Harry se sacrificó por un islote inútil?

Mike movió el cuello sin saber muy bien que decir mientras Nancy bajó la cabeza. La mano de Mike se fue acercando hasta llegar a la de Nancy y la agarró fuerte.

-Eso no le rebaja. Él luchó con valentía donde le dijeron. Como hicimos todos, cada uno como pudo. Nuestra lucha no pierde su valor por la falta de elogios o el fracaso. Cada uno tuvo su frente y trató de sobrevivir para volver a casa, sin saber que de ninguna forma volveríamos enteros.. Él estaba loco de regresar contigo, te lo puedo asegurar.

-¿Había alguna forma de no salir derrotado de ahí?

Mike rompió en una carcajada seca y sin ganas.

-No alistarse.

Se quedaron en silencio un buen rato en el que siguieron bebiendo hasta que Nancy le sonrió.

-De todas maneras, no eres como el resto de soldados. He estado con ellos estas semanas y ninguno quería hablar, solo bailar. Y tú no lo has intentado ni una sola vez. Debes de tener algo en tu cabeza que te reconcome.

-Okinawa...

-¿Qué pasó ahí?

-Al contrario del resto de islas, Okinawa era territorio japonés. Ya no eramos libertadores sino conquistadores. Se oía rumores que habíamos incendiado Tokio y también se hablaba de una superbomba. Pero nosotros seguíamos disparando. Para nosotros la guerra no tenía final aún. Ni se vislumbraba. ¿Por qué seguíamos luchando? No lo sé pero no apartamos el dedo del gatillo. Ni lo dudamos.

-Luchabáis por vosotros. Por sobrevivir.

-¿No era por la libertad y contra la tiranía?

-Eso solo fue propaganda. La verdad es que solo os quedaba luchar por sobrevivir. Os sacrificasteis porque una generación pensó que estaba en amenazada. Había razones, mira lo que dicen que hicieron los nazis. Y de los japos dicen que no se quedaron atrás con nuestros prisioneros. No le des más vueltas por el momento y sigue con tu relato.

-Antes hemos hablado de las derrotas. Y no, en la guerra los hombres no son derrotados sino destruidos. A veces es una explosión, otras veces es un veneno lento que se mete en tus huesos a través de una lluvia que no cesa. Dices que teníamos razones. Hubo algunos de nosotros que se agarraron a ellas de forma desesperada. Hasta ese momento pensé que los japoneses eran demonios y tendríamos que ir al infierno de donde ellos vinieron para acabar con ellos.

Seguimos avanzando hacia el interior de la isla a sangre ajena y propia y el fuego de nuestros lanzallamas mientras nuestros morteros caían sobre ellos sin cesar. No paramos incluso sabiendo que había civiles, pensando que  los japoneses harían lo mismo con nosotros en nuestro territorio si pudieran. Y ellos tampoco querían piedad. No dejaban de cargar contra nosotros incluso si estaban desarmados o eran civiles, y si alguno parecía rendirse, era para engañarnos con una bomba escondida. No dudaban en dar la vida para acabar con la nuestra.

Un día oí lloros provenientes de una casa semiderruida. Entré con mi arma apuntando al frente para ver las ruinas de lo que anteriormente fue un hogar, buscando a mis enemigos para rematarlos mientras ahora oía también gemidos ahogados. Abrí una puerta, atento a cualquier emboscada hasta que vi una cuna rota y una madre tendida en el suelo. Ella estaba agonizando y su bebe permanecía pegado a su pecho, anhelando su seguridad mientras su calor se iba apagando. Yo me quedé paralizado viendo la escena hasta que finalmente pude reaccionar. Saqué la pistola y acabé con el sufrimiento de la madre. Fue la primera vez que tuve que cerrar los ojos para hacerlo. Acogí al niño mientras lloraba y moqueaba y me lo llevé mientras la mirada negra de su madre me perseguía por haber invadido su tierra, su hogar, su familia. No sé que fue de ese niño, espero no saberlo nunca, bastante tengo con el fantasma de la madre.

Nancy se había levantado y le envolvió con sus brazos desde la espalda. Ella esperaba que llorase pero no lo hizo aunque Mike se mantuvo dócil en sus brazos mientras olía su perfume y notaba la calidez de su piel pálida.

-¿Salimos?

Fuera, en el medio de la profundidad de la noche apenas iluminada por tímidas estrellas y faroles, Mike por fin pudo alejarse de todo el ruido tanto de la realidad como del de su cabeza. Ni siquiera recordaba bien el silencio y la verdad es que le reconfortaba. Pasearon sin romperlo hasta el puente sobre el río. Mike miró hacia abajo pero no veía más que un abismo negro tan tranquilo como letal. Nancy le agarró del hombro y acercó su cara a la suya para que le mirase a ella. Mike susurró:

-Es tan  irreal estar aquí. Todo lo que ha pasado y de repente vuelvo a la vida. Y no, no me veo capaz de seguir.

-Tienes que hacerlo. Antes o después tienes que ponerte en marcha. Por ti y los que te rodean.

-Toda la sangre que he derramado. ¿Por qué? ¿Tuvo sentido?

-¿Tiene sentido la muerte de mi marido? ¿Tiene sentido algo en la vida?

Mike se permitió sonreír un poco.

-No quiero hacer nada. Antes, cuando era pequeño, quería jugar al beisbol. Solo poder batear la pelota más fuerte que Babe Ruth.

-Ten otro sueño.

-Parece tan sencillo, simplemente cerrar y abrir una página. Y sin embargo no puedo. Quiero abandonar la guerra pero no puedo, como si tuviera miedo de alejarme. Como si lo que  me esperase después fuese peor. Como solo si en mi trinchera estuviese a salvo.

-Pero sabes que en la trinchera te ahogarás de sangre.

Nancy miró a la carretera de la que a veces pasaban algunos vehículos.

-¿Puedo preguntar a quién pertenecía la cerveza que me bebí?

-Otra noche. La de hoy te pertenece a ti y a Harry.

-Está muy alto esto.

Nancy había mirado por primera vez el agua negra que circulaba plácidamente bajo ellos.

-Quizá esto sea la solución. Encerrarte por unos días mientras la tormenta arrecia. A mí me tocó tras el entierro. Al final la oscuridad puede acabar contigo o sanarte. Ahí – señaló al agua – hay paz. Una paz terrible y siniestra pero paz donde puedes gritar y llorar lo que sea necesario, donde estás solo con tus recuerdos, fantasmas y demonios. Solo ahí, cuando te hayan poseído, solo en ese momento,  puedes vencerlos.

Mike replicó:

-No puede ser tan fácil.

La risa de Nancy no podía evitar ser cantarina pero esa vez era sarcástica.

-No lo es. Es lo más difícil del mundo.

Se dieron la vuelta y desandaron sus pasos hasta volver a oír el bullicio. Nancy le sonrió a Mike y le preguntó:

-¿Me harás caso?

-Lo intentaré.

-¿En un mes, mismo bar, misma mesa?

-Al menos déjame acompañarte a casa.

Nancy dejo que su mano se posase por su cintura y le indicó el camino.

-Vamos, sígueme.

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