No llueve eternamente


En el andén había una chica preciosa llorando. Se tapaba el rostro entre sus manos. Me senté junto a ella, y dije:

-Tranquila, te juro que no llueve eternamente.

Ella me miró. A pesar del ojo morado, podía contemplar la belleza de su rostro y el azul de sus ojos. Enterró su cabeza en mi pecho y lo único que pude hacer fue abrazarla y acariciar su dorada cabellera. Minutos que fueron como horas, sentí la fría hoja de una navaja clavándose en mi cuello. Perdí la vista, y lo último que oí fue:

-¡Puta! ¿Qué hacías con ese gilipollas?

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